martes, 13 de enero de 2009

Mírame de cerca



-¡Mírame de cerca!-le grito.
Se acerca dudoso, esperanzado, a la espera de lo que se puede encontrar.
Cuando llega, mira mis ojos, yo los cierro, no quiero descubrirme.
Baja su mirada y mi respiración se para, para que no respire mi aire usado.
Va a coger mi mano y la cierro en un puño para no demostrar mi temblor nervioso.
Dejo de sentirle, abro los ojos y está alejándose, cabizbajo, la ilusión se pierde. Al mirar mis ojos cerrados, creía que mi mirada no quería verle, al mirar mi boca no encontraba las palabras que quería escuchar, al mirar mis manos cerradas le señalaban el rechazo.

-¡Mírame de cerca!
Se vuelve y mira mis lágrimas, de nuevo se acercar pero no le cierro los ojos, penetro en su mirada, intento desvelar por qué se ha ido, mi cara se ilumina, se sonroja y mis labios, como cómplice, intentan dar una pequeña sonrisa.
-¿Intentabas mirar mis sentidos o sentir mis deseos?


Todo era parte del mismo juego, esperanzas, dudas, supuesto rechazo, reconciliación.

-Querría comprar las instrucciones, ¿Dónde puedo conseguirlas?
-Lo siento, se agotaron nada más abrir.
Y así, desde hace un millón de años, la humanidad vive sin un manual de ayuda.

sábado, 3 de enero de 2009

Las miradas nos acechan, o no


“Todos necesitamos que alguien nos mire. Sería posible dividirnos en cuatro categorías, según el tipo de mirada bajo la cual queremos vivir.

La primera categoría anhela la mirada de una cantidad infinita de ojos anónimos, o dicho de otro modo, la mirada del público. Ese es el caso del cantante alemán, de la actriz norteamericana, […]

La segunda categoría la forman las que necesitan para vivir la mirada de muchos ojos conocidos. Estos son los incansables organizadores de cócteles y cenas […]

Luego está la tercera categoría, los que necesitan la mirada de la persona amada. […]

Y hay también una cuarta categoría, la más preciada, la de quienes viven bajo la mirada imaginaria de personas ausentes. Son los soñadores. […]”


La insoportable levedad del ser. Milan Kundera.



“Sabía bien que nadie lo observaba, nadie lo escuchaba. El público diminuto que se imaginaba dentro de su cabeza no era real; nadie, amigo o enemigo, mira las películas de nuestras vidas. Podía hacer lo que quisiera… y al cuerno con la normalidad. Al parecer, era lo que siempre había deseado, lo que había buscado instintivamente. Podía salir y patear piedras en la ladera de un Karst toda una tarde; o llorar; o escribir aforismos en la arena; o gritar insultos a las lunas, que declinaban en el cielo austral. Podía hablar consigo mismo en las comidas, podía hablar con el televisor, o con sus padres o amigos perdidos, con el presidente, o John, o Maya. Podía dictar largas e incoherentes entradas de ordenador; fragmentos de historia sociobiológica, un diario, un tratado filosófico, una novela pornográfica –podía masturbarse-, una historia de la cultura árabe.”


Marte rojo. Kim Stanley.




Estos dos textos me hacen pensar en lo mismo. Siempre nos imaginamos ojos al nuestro alrededor. Sentir que no existe esa mirada nos desconcierta, para bien o para mal, o te sientes liberado o te sientes sólo, ¿No es al fin y al cabo como nuestro sentimiento de “aburrimiento”? El no saber que hacer, el sentir que la responsabilidad de aprovechar ese momento es tuyo, que no depende de lo que puedan pensar los demás ni de compromiso de asistencia, no tienes que actuar, no tienes que hacer nada. Hay pocas cosas del inglés que entiendo, pero hay una que me serviría ahora, como puntualizan este último matiz, como nos lo matizan cuando nos enseñan inglés, “no tienes que”, “You don’t have to”. ¿No hacer esto hace peligrar nuestro condicionamiento?

Para mi existe una similitud bastante clara.


Pero bueno, esto está tomando un camino que no esperaba y tampoco buscaba. Cuando leo esto es como si me estuvieran leyendo la mente, como si realmente me estuvieran observando, ¿Qué tipo de mirada es la que espero? ¿Realmente me gusta pensar así?


Pienso que, en la mayoría de las veces, lo hacemos de una manera involuntaria, vivimos en una sociedad, convivimos con personas, tenemos amigos, familiares, conocidos, nos rodeamos de personas, que nos conocen, que nos observan, que piensan en nosotros, que pasan de nosotros, y nosotros ponemos nuestra mirada en los que elegimos y nos fijamos en quién nos mira y nos hacemos una imagen de lo que queremos enseñarles, ¿Qué pasa si nos damos cuenta que no hay ninguna mirada en nosotros? Todos queremos ser especiales, ¿No?, entonces ¿No es la mirada de los demás las que nos da o nos quita esa virtud?


Había una frase que decía “¿Hace algún ruido un árbol que cae en el bosque si no hay nadie para oírlo?”, ¿Hacemos ruido? ¿Somos parte de la sociedad si no hay nadie para oírnos? Según tengo entendido, la mecánica cuántica diría algo así como, que si y que no (el gato está vivo y está muerto). Aunque bueno, como dijo Descartes “Pienso luego existo”, y nos damos cuenta de que no somos un árbol esperando a que alguien nos escuche (para la mecánica quántica, seríamos el observador y el objeto, un poco complicado, creo yo, de resolver), pensamos y somos nosotros mismos los que nos damos cuenta de nuestra existencia en el mundo, que no necesitamos a nadie más. Claro que, para seguir adelante en el mundo, en nuestro mundo, no podemos quedarnos ahí tenemos que seguir viviendo en un mundo lleno de observadores (Descartes en su razonamiento usa a Dios como puente para llegar a lo demás, a la realidad fuera de uno mismo), y se encuentra ahí el dilema, ¿Queremos a esos otros observadores? ¿Nos ponen nerviosos? ¿Deseamos su mirada? ¿Queremos ser librados de ella?


Creo que siempre hay algunos momentos en el que nadie se percata de nuestra existencia, que pasamos totalmente desapercibidos, que no estamos en la mente de absolutamente nadie, ni cerca, ni lejos de nosotros, ¿Existimos en ese momento? Si no somos observados, ¿Quién puede afirmarlo aparte de nosotros?


En un libro (o varios) de la saga de Fundación, de Isaac Asimov, que leí, contaba como dos civilizaciones habían avanzado y prosperado de dos formas totalmente distintas, totalmente opuestas, uno era el planeta Solaria y otro Gaia, y el protagonista tenía que elegir cual era el futuro correcto para la humanidad.

Solaria era el planeta que representaba una sociedad individualista, cada persona vive sin contactos con humanos, tanto que el desprecio a este contacto se convierte en una fobia, y con una cierta evolución, al hermafrodismo, se vuelven solitarios, pero no deja de ser un planeta próspero (tecnológicamente hablando).

Se que el concepto de Gaia no es original de Asimov, pero intentaré expresarlo tal y como viene en el libro. Una frase que me llamó mucho la atención era como un personaje cuando hablaba o declaraba algo no lo decía como algo suyo, sino “Yo, nosotros, Gaia”. Todo estaba en perfecta armonía, llovía las veces que hiciera falta, tenían una memoria casi ilimitada, que compartían tanto con rocas como con animales como si fueran discos duros, si sentían placer, se dividía entre todo lo que significaba el planeta, perdían parte de su identidad, al igual que al contestar no lo hacían como “Yo”, cuando sentían o vivían algo era de la forma de “nosotros, gaia”.

Para elegir, ¿A qué le otorgamos la importancia? ¿A nuestra propia mirada o al conjunto de miradas? ¿Buscamos Solaria o Gaia?


Imagino que los extremos siempre son malos, no es bueno vivir solo dentro de uno mismo, ni perder nuestra identidad, pero siempre existirá un extremo al que vamos a tender.


La atípica estrella que corría hacia el celeste. Dors-seldon.