domingo, 14 de marzo de 2010

Una despedida en lanzamiento

     Qué triste sonrisa amarga se dibujaba en su cara, como si hubiera encontrado algo gracioso o beneficioso a su dolor. Pero como aparecía, desaparecía y mostraba rápidamente la careta que tan alegremente llevaba siempre por la calle y en presencia de sus conocidos. Odiaba esa parte de ella que manifestaba, sin avisar, su tristeza, su estado de ánimo, no quería que nadie pudiera, sin su consentimiento, ver lo que le preocupaba. No poder controlarlo le hacía castigarse enseñando la sonrisa más feliz que encontraba en sus recuerdos, para desechar, en cualquier persona que pudiera haberse percatado, cualquier pequeño atisbo de insatisfacción en su persona.

  De esa manera volvió a la conversación tan acalorada que le brindaban sus compañeros:
    – El alcance del bienestar no puede encontrarse sólo en ayudar a los demás. Al final son precisamente los demás, los que te acaban dando la espalda. Cuando los demás se convierten en algo más personal, personas con nombre y apellidos, es en ese momento cuando tienen todas las papeletas para que esa ayuda se vuelva contra ti y te traicionen. El ser humano por naturaleza es egoísta, porque uno luche contra ello no significa que el de enfrente vaya a hacer lo mismo.- Seguía hablando Luis.
    – Es como en una relación de pareja, puedes obtener satisfacción en el comienzo, pero sabes que tarde o temprano terminará, y cuanto más hubieras dado a esa persona, mayor será el dolor. – Continuaba Pablo.

     De nuevo se encontraba entre la espada y la pared, entre las dos espadas que sostenían cada uno de sus amigos y la pared formada por la falta de palabras con consistencia que encontraba para defender su postura. Sin ánimo continuó defendiendo su posición, intentando que los malos momentos que estaba pasando no le jugaran una mala pasada y acabaran dándoles la razón.


     – Pero esas satisfacciones habrán merecido la pena. Y nunca puedes asegurar que “siempre todo termina”, ni que, en el caso de ayudar a alguien, esa persona te traicione. Siempre quedarán esas buenas personas con las que podrás contar. – intentaba defender, sin estar ella totalmente segura.

     – Hasta que esas personas no den de su parte no puedes dar tú de la tuya, tiene que ser algo recíproco. Tú das y ellos dan. – Seguía insistiendo Pablo.

     – ¿Entonces dices que cada vez que haces algo por alguien esperas una recompensa? – decía, recordando aquellas largas charlas dadas en el colegio sobre la generosidad.

     – No recompensa, pero que si en algún momento necesitas algo de la misma envergadura o menor, puedas contar con su ayuda.

      Volvía a dudar qué contestar, por un lado sabía que esa era una realidad, cuando alguien te fallaba en varias ocasiones acababa perdiendo su confianza, pero por otro, ella no dejaba que eso hiciera que en un momento dado ayudara a quien había sido su amigo. Sabía que ellos también lo harían, y se encontraba de nuevo algo perdida en la conversación.

      – Tu imagen de la persona se desdibujará y ya no prestarás tanta atención a sus problemas, al igual que no prestas atención en los problemas de los desconocidos. Por eso el rango de amigos acaba siendo pequeño.- asaltó Luis.

     – No sé qué contestaros, no creo que la gente haga tantas maldades como ponéis de manifiesto – calló un momento y recordando algo prosiguió – Además, ¿Qué clase de ayudas tan necesarias os han sido negadas? No tenemos una vida tan dura como para que estas cosas sean significativas. Afortunadamente no nos encontramos con situaciones donde estas decisiones nos cueste la vida, o nuestra felicidad a gran escala. En cambio, sí nos limita el modo de ver el mundo como un todo al que pertenecemos. Esos pensamientos son más un estorbo que algo útil, son un modo de seguir con una vida cómoda. – continuó, esperando haber usado las palabras o la descripción correcta de lo que quería expresar.

     – Bueno, creo que iré a por un trago, el cerebro se me está secando – Luis se levantó acercándose a la mesita donde se encontraban las botellas, saludando con una de sus bromas a dos compañeros.

     No, no había ganado la conversación, era la conversación la que ya no daba de sí, o daba demasiado, convirtiéndose en superflua o sin materialización posible. Se distanciaba del inicio englobando una filosofía mucho mayor que no concernía a esos tres jóvenes físicos en ese preciso momento.

     Con el silencio que supuso la huída de Luis, venían de nuevo los pensamientos depresivos y patéticamente melancólicos que antes la acechaban, pero no iba a permitir volver a enseñar parte de este enfrentamiento interno a su compañero. Mostrándole una sonrisa dijo:

     – Me temo que siempre acabo en la posición contraria a la vuestra. Aunque para nuestra despedida no podía faltar.

     – Sino estas conversaciones serían aburridas, piénsalo – Dijo Pablo devolviéndole la sonrisa.


     Él sabía perfectamente que se le había estado pasando a ella por la cabeza, conocía sus problemas, sus pequeños o grandes problemas, no podía evaluarlos, son “cosas que pasan”, pero la entendía, probablemente mejor de lo que le gustaría, probablemente mejor que cualquiera de los presentes en la reunión.

      – Me voy a la terraza a ver el cuarto despegue de la noche. – Se levantó y tendiéndole la mano dijo - ¿Te vienes?

      Una vez más había fracasado en su intento de esconderse, la máscara tenía agujeros, y los más perspicaces sabían donde estaban. Llevaban mucho tiempo trabajando juntos en una serie de lanzamientos a la Luna, Pablo sabía que le agradaría ver esas imágenes que prometían ser espectaculares.

     – Por supuesto – le agarró la mano y dejó de pensar, dejándose sorprender por lo que iba a presenciar.